Para estos días de “café con leche” recomendamos
la lectura del artículo “Los juristas también pueden innovar, hacerse ricos y
ayudar a los pobres”.
En
este artículo se narra un ejemplo excepcional de innovación jurídica,
en la que los juristas pueden ver desempañado su honor y conciencia como
individuos que se dedican a mejorar el mundo en el que trabajan. La mejora es
tanto más deseable por cuanto no está basada en la caridad o la misericordia
sino en la reestructuración de los derechos de propiedad y de las transacciones
de manera que el mayor valor que éstas generan al trasladar los recursos desde
aquellos que los valoran menos a aquellos que los valoran más, sea retenido por
los que más contribuyen a crear ese valor.
La
desintermediación es una de las grandes fuentes de reducción de los costes de
transacción. Eliminando intermediarios que no aportan valor o que se apropian
de una parte excesiva del valor creado con la producción y comercialización de
un producto, incrementamos el bienestar de los consumidores (si el mercado donde
se venden los productos es competitivo, la reducción de costes se reflejará en
una reducción del precio) e incrementamos la parte del pastel que se lleva el
que “más se lo merece”, esto es, el que aporta el recurso crítico (Zingales) o
el que aporta el valor por el que los consumidores están dispuestos a pagar.
La
historia que condujo a Lander y a García – con la ayuda de un emprendedor – a
diseñar y ejecutar un nuevo modelo de negocio de la comercialización del café
es emocionante por sí sola ya que nos cuenta la historia de dos emigrantes, uno
por deseo de cambiar de vida y otro por necesidad económica, que trabajan duro,
fracasan y vuelven a empezar. Y que se encuentran en el momento adecuado y
aportan los “activos” necesarios para que el proyecto triunfe. La experiencia
en la gestión de negocios uno y la experiencia en el cultivo del café el otro.
Se
trata de Thrive Farmers.
La
compañía centra su innovación en lo que Lander llama "modificación de la
cadena de valor." Mientras que el modelo de comercio justo (Fair Trade) es
una suerte de seguro en cuanto los cafeteros venden el grano en crudo a través
de una cooperativa que les garantiza un precio mínimo – el modelo de Thrive
consiste en recibir los granos en depósito y comercializarlos por cuenta de los
cafeteros a los que mantiene informados del destino de su producto a través de
una plataforma. Así las cosas, en el modelo Thrive, los agricultores conservan
la propiedad del producto y participan en el valor que se va añadiendo a través
de la cadena de comercialización recibiendo como remuneración una parte
sustancial (50/75 %) del precio final del producto… En el punto de venta, si el
café tostado se vende por, digamos, $ 7.50/lb. el agricultor recibirá $ 3.75.
Este
modelo, añade el artículo, mejora el funcionamiento del mercado de café, en
comparación con el modelo del Fair Trade. ¿Por qué? Porque los
cafeteros tienen incentivos para vender su producción a través del Fair
Trade cuanto más bajo sea el precio de mercado (porque el Fair
Tradeles garantiza un precio mínimo) y, por tanto, cuanto mayor sea la
oferta en el mercado. Pero las empresas que comercializan el café adquirido
según las reglas Fair Trade no pueden “quedarse” con el café
que han comprado y tampoco pueden venderlo al precio – más caro – que les
garantice un margen sobre el pagado a los cafeteros. El café acaba en el
mercado vendiéndose a un precio por debajo del coste de adquisición y se
empeora el exceso de oferta lo que contribuye a deprimir más los precios con lo
que se perjudica a todos los cultivadores de café.
Es
una historia bonita, pero, si ha de funcionar (unos 800 cultivadores en Costa
Rica están asociados en Thrive),
tenemos que saber por qué. Según explica García, este sistema deintegración
vertical, unido a las posibilidades que ofrece internet, permite a los
cafeteros hacer lo que saben (cultivar café) y dejar a otros hacer lo que saben
(comercializar el producto)eliminando la explotación de los primeros por los
segundos. Este problema lo había detectado Hansmann en su magnífico
libro sobre The
Ownership of the Enterprise. Y aquí
lo habíamos recogido nosotros. La existencia de una cooperativa o una mutua
se explican, a menudo, como el “arreglo” más eficiente entre los productores o
consumidores de un bien para evitar la explotación por la contraparte. Por
ejemplo, los bancos de depósito surgen – las cajas de ahorro – históricamente
como mutuas de los ahorradores porque los bancos comerciales no eran de fiar.
Quebraban continuamente y los banqueros desaparecían con el dinero de los
depósitos. De manera que, para resolver el problema, se inventa un banco en el que
los dueños son los depositantes. De explicar cómo el modelo fue sostenible, me
he ocupado en estas páginas.
En
el caso del café, el
problema es de explotación de los agricultores-cafeteros por parte de los
comercializadores. Estos se llevan “la parte del león”. Si el mercado es
competitivo, en el largo plazo, esas rentas que capturan los comercializadores
tienen que acabar desapareciendo. Y si no desaparecen es, probablemente, porque
no son rentas, sino excedente legítimo. Los comercializadores aportan valor
(“ponen” el producto en manos de los consumidores) y asumen un riesgo
(adquieren en firme el producto y lo venden a los consumidores finales o a los
puntos de venta) por el que son retribuidos y, como están en competencia, los
distribuidores que sean menos eficientes acabarán expulsados del mercado por
los más eficientes. Los consumidores se benefician en forma de precios bajos y
alta calidad del café que consumen.
Lo
cual, lleva a la conclusión de que esta innovación jurídica no puede funcionar.
Porque si hubiera podido funcionar en el pasado, el mercado
la habría “creado”. No hay un fallo de mercado que esta nueva forma de
organización vaya a resolver
¿Por
qué sí que podría funcionar? Porque internet ha modificado los
costes de transacción y ha reducido extraordinariamente los costes de los
agricultores para (i) organizarse y (ii) integrarse verticalmente y controlar
la distribución y comercialización de su producto. Los costes de organizarse no
eran demasiado elevados dada la concentración geográfica de los productores de
café. Esa proximidad geográfica – la zona cafetera de Colombia, por ejemplo –
facilita que se pongan de acuerdo. Sus intereses son relativamente homogéneos,
por lo que el acuerdo no debería ser demasiado difícil (salvo que llegue algún
imbécil y diga que son acuerdos restrictivos de la competencia). Al estar
cerca, también, hay monitoring recíproco lo que evita que
alguno de los productores reduzca sus costes rebajando la calidad del café.
Por
el contrario, los costes de entrar en la distribución y comercialización son
mucho más elevados, lo que ha impedido, hasta ahora, que la distribución y
comercialización de café esté en manos de los productores como lo está, por
ejemplo, la del petróleo (las compañías petroleras son compañías integradas
verticalmente) o la de las zapatillas de deporte (que son diseñadas, fabricadas
y comercializadas bajo el control del titular de la marca). Los agricultores
saben cultivar café. No saben distribuirlo ni comercializarlo. Ni siquiera
tienen marcas para su producto. Aquí es donde entra Internet y el emprendedor.
Internet elimina de un plumazo los costes de coordinación, información y
supervisión para los cafeteros y el emprendedor coordina a los cafeteros y
aporta laexpertise necesaria para la distribución y
comercialización.
Los
cafeteros asumen más riesgo ya
que el precio que reciben depende de los precios finales al consumidor. Pero,
en la medida en que, en la actualidad, estén (siendo explotados) recibiendo en
muchas ocasiones un precio por su producto por debajo de sus costes – cuando el
mercado está inundado de café – y un precio un poco por encima de sus costes en
otras ocasiones – cuando las cosechas son malas y el precio de mercado es más
elevado – , pueden soportar el riesgo de las fluctuaciones del precio de
mercado a cambio de obtener grandes ganancias cuando los precios del mercado
son elevados. Es decir, hasta ahora, los cafeteros están sólo a las duras
(porque el precio de mercado para su producto está, a menudo, por debajo de sus
costes) y, con el nuevo sistema, están también a las maduras (porque obtendrán
una parte sustancial de los precios altos cuando la oferta escasea).
En
otros términos, para alguien que, en tiempos normales, gana sólo para comer y
poco más y en tiempos malos, come como puede, puede ser racional asumir más
riesgos. Porque los tiempos malos son relativamente frecuentes. Vale la pena,
entonces, arriesgar para obtener una gran ganancia en los buenos tiempos.
¿Es
una innovación disruptiva? El tiempo lo dirá. Por ahora, lo que podemos
anticipar es que este modelo de negocio terminará con Fair Trade.
Fair Trade no es un negocio sostenible porque se basa en preferencias
discriminatorias de los consumidores (pagar más por el mismo producto porque
nos hace sentirnos bien saber que lo ha producido un honrado padre de familia
en el tercer mundo y queremos echar una mano). Si otro producto tiene un precio
un poco más bajo y nos produce la misma satisfacción discriminatoria que el
producto comercializado bajo el distintivo fair trade, los
consumidores carecen de cualquier incentivo para seguir “financiando” Fair
Trade. Al contrario, estos consumidores, sabedores que con Thrive están
haciendo llegar al productor una parte mayor del precio final que con Fair
Trade, se pasarán a Thrive más pronto que tarde. El Fair
Trade es, pues, la “cabecera de playa” que puede permitir a Thrive crecer
y consolidarse y perfeccionar el modelo de negocio reduciendo costes de manera
que pueda, en el futuro, competir a gran escala con la distribución tradicional
del café.
La
reducción de los costes de transacción es la fuente más importante de desarrollo
económico. Por tanto, para que Thrive, sea sostenible es
imprescindible que el precio al consumidor de su producto sea no superior al
comercializado por los canales tradicionales y, para que Thrive,
thrives es necesario que su sistema de distribución y comercialización
reduzca los costes de poner en el bar o en el salón de nuestras casas la taza
de café. De lo primero, estamos seguros. De lo segundo, no tanto.
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