Venir al mundo
Érase
un Madrid gris marengo y hambriento, de olor a cocido y repollo en el tragaluz
de las escaleras. Érase un Madrid de estraperlo y libros prohibidos, que se
leían a hurtadillas en la trastienda de los cafés. Érase una España de tedio
mediopensionista y tópico plateresco. Érase un ser seráfico, que estaba a punto
de arrancarle a muñonazos la sonrisa a la ametralladora de la vida. Érase,
bendito sea, Antonio Mingote, que permanecerá entre nosotros como la ceniza en
la manga de la camisa de un anciano. Esta es la historia de “un español sin
hiel” (Raúl del Pozo dixit), que procedía de la constelación Trabaja, Idiota y
No Pares, y de su gente: desheredados, humildes, ninguneados de la Historia,
hombres solos, atónitos, que Mingote esculpía como un Buonarroti de la viñeta.
Érase un humor de Mingote pánico de alindongados, amohinados, barbilindos,
currucatos, fifiriches, golillas, lechuguinos, mojigatos, pisaverdes,
pudibundos, zangolotinos o zascandiles.
Érase
la vida del maestro Mingote hasta que comenzó a crear su Historia de la Gente….
Antonio
Mingote vino al mundanal ruido en Sitges un 17 de enero de 1919, hijo del gran
músico don Ángel Mingote Lorente -nacido en Daroca y de ascendencia darocense-,
y de doña Carmen Barrachina Esquiu, de ascendencia turolense, pero residente,
hasta su matrimonio, en Sitges. Amenizó puntualmente el día de san Antonio
Abad. Mientras, por la calle de Jesús pasan los animales que llevan a la
parroquia a recibir la bendición tradicional. Alguien sugiere que es un buen
augurio. Para contentar las expectativas paternales, y las prerrogativas del
santo del día, el bebé es bautizado con los nombres de Ángel Antonio.
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